EDUARDO DOMÍNGUEZ COVARRUBIAS

“Y les dijo: vayan por todo el mundo proclamando la Buena Noticia a toda la humanidad”.

Mc 16, 15

Don Eduardo se entregó con una fidelidad admirable a este mandato que Jesús dio a sus apóstoles en su última aparición antes de la ascensión. La evangelización fue un gran motivo en su vida. Por eso, cuando fue invitado a participar en el Consejo Superior de la Sociedad de San Vicente de Paul, en 1981, encontró en las Conferencias de Caridad y en los hogares y colegios de la fundación un nuevo espacio donde vivir a plenitud esta vocación evangelizadora. 

Desde el primer momento don Eduardo se convirtió en nuestro guía, en quien nos hacía volver siempre a nuestro propósito central. Con tenacidad, sencillez y cariño se abocó a que cada persona en la fundación pudiera conocer a Dios y escuchar su llamado, experimentando cada día nuestra misión de vivir y compartir el amor del Señor. 

Con un compromiso ejemplar visitaba todas las semanas los hogares, encontrándose con asistidos, trabajadores y equipos directivos, entregando contención emocional y espiritual a cada equipo y enseñándoles, con paciencia y cariño, a ser vehículos de Dios para los demás. Nos guió a poner el foco en las asistentes de personas mayores, profesores y equipos en las obras de la fundación, explicándonos que, de este modo, lograríamos extender nuestra labor evangelizadora a cada residente y estudiante. 

Lideró y acompañó cercanamente el trabajo formativo en los hogares, apoyando el desarrollo de los programas anuales de formación para el personal e impulsando la redacción del libro de las Conferencias, que seguimos usando hasta hoy. Conocimos también su faceta creativa y divertida. Un par de veces nos hizo estudiar, preparar escenografías y caracterizarnos para presentar unas obras de teatro llenas de contenido, escritas por él mismo. Hoy nos preguntamos cómo nos convenció de hacer todas esas cosas. 

Es que don Eduardo nos convencía. Con su tenacidad, firmeza e insistencia, pero sobre todo con su consecuencia. Actuaba de acuerdo a lo que creía, siempre poniendo en el centro al Señor y las necesidades de los demás. 

Fue su ejemplo también el que nos enseñó sobre la amistad verdadera al modo vicentino. Siempre cariñoso y muy acogedor, preocupado de los detalles, con un gran corazón, asertivo y respetuoso para expresar lo que pensaba. No se saltaba ninguna Conferencia. Para él, ése era el espacio fundamental donde cultivar una amistad sustentada en Dios. 

Su caridad era concreta, y la ejercía con enorme sencillez y humildad. Fiel al estilo de Ozanam, su forma de servir era silenciosa y efectiva. Nunca quiso ejercer roles dentro del Consejo Superior, pero su entrega y presencia fueron fundamentales.  

Querido don Eduardo, descanse tranquilo porque usted logró su desafío. Nos convenció, nos ha marcado el rumbo y hoy pedimos al Señor y a usted, que nos acompañen y guíen para seguir fieles por este camino.